A propósito del debate sobre el 20% de música chilena en las radios.
A propósito del debate
sobre el 20% de música chilena en las radios.
Subo a un bus del Transantiago.
Me siento. En la pantalla de BusTV aparece una nota estadística con las
canciones más tocadas en Chile el 2013. “Volví a nacer” de Carlos Vives lidera
el ranking habiendo sido tocada 6.600 veces por las radios chilenas. Le siguen
varias canciones de Reggaetón. La pregunta es: ¿Las tocan tanto porque a la
gente les gusta o les gusta a la gente porque las tocan tanto?
Veamos:
El término “payola” se refiere a
cuando los dueños de concesiones de radio o productores musicales de las
emisoras exigen a cantantes, agrupaciones musicales y/o compañías discográficas
un pago ilegal para colocar sus producciones en la pauta de transmisión. En
Chile el pago de payola es común, tanto por parte de las grandes discográficas
transnacionales como de productores de artistas locales. Viendo la anterior
estadística sabemos pronto quienes son los que pagan más.
Que las radios se rijan por el
gusto popular, es un mito.
El proyecto de modificación a la
ley 19.928 busca fijar del total de música transmitida por las radios, un 20%
de música chilena (creada o interpretada por chilenos). Además busca establecer
que antes de cada show de un artista extranjero se presente uno nacional. Hoy
lidera la iniciativa la SCD por lo que casi todos los artistas ligados a ésta,
se han manifestado a favor.
Temiendo por su economía, las
radioemisoras agrupadas en ARCHI se han opuesto desde un comienzo a
esta moción argumentando básicamente que:
1° Se vulneraría su libertad de
opinión, al obligarlos a programar música no acorde a sus líneas editoriales.
2° No existiría suficiente
producción nacional de calidad para cubrir estos tiempos programáticos.
3° No se debería buscar, por
decreto, el apoyo de la sociedad a sus artistas sino que éste debe darse
espontáneamente. Si no ocurre, es porque la música chilena es mala.
4° La iniciativa buscaría llenar
los bolsillos de un grupo de músicos inconformes con su exposición mediática.
Frente a estos puntos, creo:
1° Aquello que llaman “libertad
de opinión” es hoy un espacio abierto para que los titanes del negocio
programen a sus representados como en el resto del mundo.
Con excepción de las radios
especializadas en música docta, las demás no tendrían problemas para encontrar
suficientes obras chilenas, acordes a sus líneas editoriales en su mayoría
miscelánea, romántica, pop, rock y/o
tropical.
2° Producción nacional hay
bastante, pero desarticulada. Sin duda hay que perfeccionar el acceso a los
catálogos nacionales de manera que se puedan visibilizar también los trabajos
de músicos independientes autoeditados y de músicos que cultivan estilos menos
masivos, quienes hasta ahora no son tomados en cuenta por las emisoras, salvo
pequeñas excepciones.
Además la experiencia de leyes
similares en países como Francia, Australia, México, Brasil o Argentina ha
aumentado la producción discográfica, elevado los estándares de calidad tanto
técnica como artísticamente y mejorado las condiciones laborales no sólo de
músicos sino además de técnicos y profesionales del sector.
3° Hace un par de meses, la Liga
Chilena contra la Obesidad exigió al Estado intervenir para desmitificar y
aclararle a la ciudadanía el daño a la salud producido por ciertas dietas que
se masifican peligrosamente debido a su publicidad engañosa. Lo mismo ocurre
con el mito del gusto popular y las radios. Es el Estado, a través de su
legislación, el interlocutor mas apto para velar por una competencia justa en
radiodifusión. Si un músico chileno suena 60 veces y un extranjero 6.600,
¿tendrán las mismas oportunidades laborales? ¿pensará la gente que el
extranjero es mejor?
Esta ley no significa que el
Estado nos impondría a ciertos músicos sino que protegería de forma concreta la
cultura de nuestro territorio, el trabajo de nuestros artistas, para tener
mayor opción de desarrollo creativo y económico.
Además, todo el país obtendría el
beneficio de la autovaloración, de reconocerse y aceptarse. La educación
musical crecería impulsada por una mayor demanda. Lo mismo las industrias
culturales y la gestión popular. Cultivaríamos en gran medida un espíritu de
país que desconocemos.
4° Llegamos a un punto donde
efectivamente hay un vacío. No se estipulan, en el proyecto, los mecanismos que
aseguren la participación de todo músico, sea éste independiente o cuente con
el apoyo de un sello o compañía diestros en payola o simple lobby. Cabe dudar
de que ésta sea una medida incluyente por sí misma y de que no permitirá abusos
por parte de las mafias culturales. ¿Será posible corregir esta moción?
¿Trabajar en estos enormes detalles?
Cerrando el boliche:
La oportunidad para los chilenos
de sonar con mayor frecuencia en las emisoras, afectando el gusto de los
escuchas, es una oportunidad igual o menor que la que gozan los artistas
extranjeros apoyados por las grandes discográficas.
Lo interesante del debate surgido
tras esta propuesta está en la revisión de las políticas de Estado hacia el
sector musical y en la posibilidad de permear estos temas hacia la opinión
pública. Siempre ha existido cuestionamiento a los modelos de producción, al
sentido de identidad y de nacionalidad, a los límites de la propiedad
intelectual, al mecenazgo estatal o privado, al rol del artista, al rol de los
medios, etc., sobre todo desde la Contracultura y la Contrainstitución. El tema
abre tantas puertas que no hay espacio aquí para entrar en todas, pero parecen
ser éstos los días en que diversas voces se sentarían a la mesa a discutir
nuevas formas de producir y a la vez dignificar el trabajo de los músicos. Y
ahora, chilenísimas y chilenísimos, la pregunta es: ¿Su sociedad, tendrá el
valor de acompañarlos?
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