A propósito de Valparaíso en llamas

A propósito de Valparaíso en llamas

Según un viejo vagabundo de Ciudad Tesoro: “El fuego que parece tan calmo y pacífico, por dentro desborda de poder y destrucción. Oculta algo al igual que todo el mundo, a veces debes acercarte para descubrir que hay en su interior, a veces debes quemarte para vislumbrar la verdad”. -Tekkonkinkreet, de Michael Arias.

Durante el 12 y 13 de abril pasado, en la ciudad de Valparaíso ardieron los cerros Ramaditas, La Cruz, Merced, Las Cañas, Mariposas, Rodelillo y Rocuant. 850 hectáreas quemadas, 2900 viviendas destruidas, 12.500 personas damnificadas, 16 muertos y 500 heridos fueron el resultado de un incendio que comenzó en el fundo El Peral, en el sector camino La Pólvora, debido a lo que se ha llamado “hipótesis del pájaro”, o sea, la electrocución de aves en un tendido eléctrico.
Luego, durante el 15 y 16 de abril, estuvimos con mi mujer en los cerros La Cruz, Merced y Las Cañas, paleando escombros, acarreando agua y víveres, reconstruyendo cercas y principalmente compartiendo con aquellos que lo habían perdido todo, o al menos todo lo material.
Justamente lo primero que uno aprende en una situación así es que lo material no es todo. En realidad es algo que siempre se sabe pero que se olvida, tan envuelto uno ahí en las sábanas de la rutina. Hemos llegado al consenso de que el tiempo es veloz e irreprochable y que en las pertenencias hay algo latiendo como un corazón similar al nuestro. Pero al ver a aquellos que perdieron su casa, con todo adentro, y a aquellos que detuvieron sus quehaceres habituales para ayudar sin restricciones, trabajando juntos, riendo tiznados, notamos que de la tragedia y su punto cero asoman oportunidades para una nueva convivencia con nuevas estrategias de acción comunitaria.
Este dramático reseteo, este supuesto vacío, puede ser como ese segundo en que todos los semáforos de una esquina están en rojo: pausa imperceptible en nuestro torrencial tránsito.
Pero también puede ser el comienzo de un camino donde el abuso y la especulación por parte del gran comercio, la inoperancia de una serie de instituciones estatales, el cinismo lucrativo de los medios de comunicación y la vileza de los falsos damnificados importen un rábano, pues nos habremos hecho cargo nosotros de nuestra sociedad.
Algo de eso vi esos dos días en el puerto en los que la voluntad de las personas comunes y corrientes se podía palpar en el aire. No sólo estudiantes motivados por su natural propensión a la aventura y el compañerismo. También familias, trabajadores y profesionales de toda índole, artistas, deportistas, pequeños empresarios, en fin, agentes morales capaces de actuar según sus valores y coordinándose en pro de un bien común. Sigo sintiéndome extrañamente motivado por la energía que surgió tras el fuego devorador.
Finalmente me quedo con dos imágenes:
1.       Un caballo tieso, patas arriba, semicubierto de tierra. Bajo él, se asomaba parte de una cabra. Esta fosa común de animales, en medio de un cerro desnudo, ya sin su cáscara de hábitat humano, es lo más cercano a una guerra que he visto.
2.       Un caballo subiendo por un peligroso sendero entre los cerros, llevando de jinete a un despreocupado cocker spaniel. No miento si digo que arranco mil sonrisas esa tarde.


Un abrazo grueso para la familia de la señora Ruth Veas, de Los Olivos Medios, Cerro Las Cañas.

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