QUE PERCOLE (certificado de fascinación para demonios menores)
Oniroplastía.
De ser ciego debería describir en un hoja negra y con lápiz blanco las imágenes que me circundan mientras estoy despierto. Entonces toca preguntarme cómo serán los sueños de los ciegos. Y voy más allá… ¿Cómo serán los sueños de los niños con fibrosis quística? Es más. ¿Cómo serán los sueños de todos los niños? Y siempre vuelvo al recuerdo de esos sueños en los que volaba de rodillas sobre un cojín, casi al ras de la vereda, o cuando huía de una ola gigante en la playa grande de Cartagena, o de la lava bajando por Avenida Grecia cual canal San Carlos en mi llovido cumpleaños.
Y entonces me lamí la cara como todo buen crispado.
Los sueños acaban por emerger a la vigilia cuando nuestros estados definitivamente se alteran y es entonces cuando se cometen los crímenes más aberrantes debido a que cuando soñamos no somos más un país o familia o creyentes. Sólo somos un enjambre de pobres fantasías, alimentadas por la flor de nuestro cuerpo cansado, cuyo aroma nos obliga a reiterarnos en lo que nos perturba.
Y entonces me hice música para habitar ese territorio fantasioso.
No hay Bien ni Mal cuando volamos. No me río ni me enojo. Hago lo que las cosas hacen cuando no las vemos y sueltan sus trenzas y bailan descalzas sobre nuestros cuerpos exhaustos como si nuestras habitaciones fueran un oscuro bar lleno de desgraciados tremendamente graciosos.
Nunca nos llegamos a entender. Ni el amor ni la guerra logran hacer que alguna cosa entre por un ronquido y fecunde al abismo del sueño. He ahí la máxima discordia. Todo lo que existe es súbdito de esta incapacidad de tocarnos las vísceras entre las cosas y nosotros. O bailan ellas o bailamos nosotros. Jamás nos desnudaremos juntos y nos masturbaremos simultáneamente. Es por eso que el masturbarse es cruel, porque es entonces cuando mas quieren las cosas escapar de su estática y renovarnos.
Y entonces me amputé el nexo, pero seguí sintiendo la vacuidad.
En resumidas cuentas, sólo en sueños creemos ver todo tal cual es.
Pero únicamente hemos apagado una vela y encendido otra. Menos mal que no soñamos y estamos despiertos al mismo tiempo, pues de ser así, nos ahogaríamos en la luz de los objetos y nos reventaríamos unos a otros sólo por joder.
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Desayuno de titanes.
Subterráneamente se siente como hierves. Un silbido anuncia tu vapor. Lo cotidiano se humedece y sisea. Vienen los hongos. Huele a vieja ropa y raíces cuando me abrazas desnuda al despertar.
Reconozco que algo similar debes sentir tú cuando te penetro entre lagañas y aún no sabemos si afuera hay sol o si llueven letreros naranjos y brillantes. Todo el amor del mundo que nos destroza como a cáscaras tiene una manera de hacer las cosas que, ¿sabes?, moja la vida. Así que las sábanas son una metáfora de la ciudad, del escombro. Hay en esta tibieza de telas y piel un conjuro selvático, forestal. La tierra de hoja puede estar hecha de cualquier orgasmo, gorda mía, pero sólo aquel que nos dispara hacia una ventana de interrogaciones puede ser almácigo para un tremendo esplendor.
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Braille.
Estos puntitos que estás palpando son los pezones del diablo. ¡Inclusive!... si te fijas, mientras más lees, más conocimiento indirecto adquieres. Eso es lo que el diablo quiere. Que todas las células de dios que hay en ti, se destruyan como afectadas por un virus conchesumadre. Que toda esa oscuridad que dios te dio, se desvanezca en la medida que tu imaginación ocupa su lugar y se expande como un cáncer. El diablo se excita con tus yemas, colega. Si te fijas, mientras más palpas, más esperanza te inunda y es sabido que la desesperanza es el alpiste de dios. Es lo que lo hace hablar como a un loro.
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Casos de oficialismo severo.
1.-
Ármate de valor y desgarra las enciclopedias. Báñate en el placer adúltero de descreer y olvidar los cuadernos. No escribas nunca más nada. Aterroriza a tus esposas dejándote crecer el miembro y extirpándote tu mismo los testículos con las uñas. Encuentra una palabra que te sirva para todo y grítala al aire libre hasta que su sonido se engole y se disuelva en una gárgara sangrienta. Raja tus tímpanos como si fueran tambores de estadio. Limpia tu ano siempre con ásperos textos filosóficos. Quiébrales los dientes a tus amigos más cercanos, no sin antes clavar a sus esposas a tu recuerdo. Concéntrate cada noche en arrancar plantas y flores y nunca mires para atrás. Nunca recuerdes quien eras y con quien reías y cuales eran tus canciones favoritas. No pongas en peligro el futuro del proyecto.
2.-
Reconozco que mi estilo de mear es una mezcla de varios estilos. A la luz de los últimos acontecimientos me veo forzado a confesar que no soy en absoluto original. Vengo copiando y pegando estilos desde que un compañero se meo en el colegio. Esto les llamó mucho la atención a todos y el tipo jamás volvió al anonimato sombrío de quienes siempre acertábamos al water. Desde entonces he pulido mi estilo al punto de que, como ustedes ya saben, el gobierno me nombró su máximo representante en asuntos de orina. Pues bien, es mi deber informarles que desde hoy ya no ostentaré dicho cargo ya que mis talentos han sido puestos en tela de juicio, y en pos de la transparencia, he decidido volver a mear en la tranquilidad de mi baño y no en las cabezas de los ciudadanos con aquel estilo que tantas veces me llenó de orgullo. Gracias y adiós.
3.-
El ex-presidente sabe que perdió su bitácora. No recuerda los nombres ni mucho menos las caras (su cámara fotográfica se hundió en un río escondido). La posibilidad de volver es dentro de unos años: compromisos. Sin embargo hay la sensación de rumores que se mezclan con sus feroces siestas. Rumores de látigos lloviendo en su país. Una cosa habitual. Nada de que preocuparse.
4.-
Y así, la maestría con la que buscamos imponer círculos, se va haciendo cada vez más retórica y megalómana. Caemos. Nos aprendemos de memoria esa gestión. Una y otra vez repetimos el acto, cuidando que cada músculo se nos contraiga con la rabia adecuada. Nos prestan un poco de atención y caemos. Refunfuños de chiquito dando los primeros pasos. Fruible sensación de vaguedad. Mensaje extraviado. Débil denuncia secuestrada por fantasmas. Ceremonia de galanteo absurdo. Plumaje extraviado. Pajarracos sin lengua. Enemistad con los ángulos que de tan profunda llega a ser soberanamente plana. En definitiva, caemos, amigos míos, en el vacío amargo de ostentar un heroísmo mendicante que resulta después palaciego, rococó, insoportable. En lugar de adquirir esa pericia de bolsillo, esa rara maestría, debimos observar al abuelo. No su tango ni su pipeño. Ahí estaba su corazón lleno de escaras esperando a que encontráramos su ritmo certero. Pero ya está muerto. Y en nuestros círculos gobierna hoy una sangre como lenguaje silencioso. Una
sangre incapaz de sacar a bailar a otra. Sangre, amigos míos, derrochada.
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Nicho.
Se acostumbrarán las máquinas a instalarse en los dormitorios y a reñir con los cada vez más quejumbrosos muebles de la madera. ¿De qué estaremos hechos entonces cuando los vientres de nuestras mujeres desaparezcan con nuestras pepas? Una ceniza de firmamento crecerá sobre nosotros y no habrá nadie que abogue por la claridad que aún desayunamos. Nos queda por lo menos la mañana como refugio. Las máquinas aún no se levantan, no se liberan de esa mucosidad que las cubre mientras nos sueñan. ¡A correr las cortinas y dejar que la piel se nos escape por el aire! ¡A convertir nuestros huesos en flautas de humilde tesitura! ¡A examinarnos hasta comprender que el fuego del infierno viene de nosotros mismos!
Hay tantas formas matutinas de alzamiento y benevolencia, de riesgo y voluntariado. Más que eyacular en el precipicio. Más que flotar en la ausencia de ruido. Antes de despertar a las máquinas debemos sacar nuestro corazón de su nicho. Nuestro más exclusivo placer debiera ser ejercitar el tendón de nuestra luminiscencia como si exploráramos en el ombligo de un ser sin padres. Que nuestra abandonada sombra abra sus ojos con insolencia. Hoy no nos peinaremos. Hoy saldremos a pegar afiches en el lomo de los perros más fieros. Será un afiche que invite a todos al gran concierto de nuestra fealdad. ¡Ay, cuánto amor hidratando a la ciudad como una leche multicolor brotando de las pequeñas ubres de las secretarias! ¡Oh, los suplementeros sin noticias corriendo hacia el umbral de la jaula, dispuestos a perderse en el bosque y a aprender nuevas danzas! Total, las máquinas roncan como un himno patrio lleno de melismas deformes. ¡Ya, la fuerza pública debilitada ante el chocolate caliente que le ofrecen los desahuciados que antes quemaron los hospitales a modo de brindis estupendo! ¡Ahhhhhhhhhh, cuánto los quiero, hermanas y hermanos sin dueñoooooooooooo! ¡Cuánta promesa en la desintegración del mercadeo! ¡Ahí viene el sol a enrostrarnos lo que ya sabemos profundamenteeeeeeeeeeeee!... …que las máquinas despiertan sin bostezos, ni estiramientos. Sólo despliegan una muda mirada de reconocimiento. Hay algo de manoseo en ello. Por joder un rato, me siento en la cama inmóvil y en silencio, y luego me peino… ahí mismo, chiquillos, ¡ja, ja!, me peino…
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Zantiago Tour.
Sobrevuelo y divagaje entre un mago y un demonio.
¿Exportar? ¿Importar? Sólo me es propio el desenfado y el miedo: tornado dialéctico del que emergen algunas botellas, como negra mácula de mi azadón en ristre. Existe la Isla Decepción y también la sangre de las frutillas y la suave lógica de los sedantes, ¡qué interesante! Los dientes tan llenos de microorganismos ebrios que talvez se confunden con quienes rodean esta mesa y mascan el pasto de la lejanía. Aquí dentro somos todos el mágico sarro en la risa. Chupando risa. Todos los días, todos, cada quien un gentleman del sorbo y del soborno, vocación que te la tiras a la cara. ¿No ves? ¿Qué quieres?
Hay que mantener la fiesta en paz, vamos a tomarnos un par de muertes más. Quien más te respeta es el que todos los días se va por rutas distintas. Necesitamos esos cariños todos aquí dentro. Tenemos por misión esta fiesta. ¡Al olvido las otras partes! Trozos de los trozos cómodos como sofás flotantes. Juguemos en el escabeche. Seamos la alcancía con las monedas sin valor que fabricamos nosotros mismos cuando estuvimos bajo la perra. Todos los días hay la sed del inconmensurable dios éste. Y que se quiebren todos los paganos en sus discursos. Está más que claro que son incapaces de cariños. Sus canciones no van hacia donde nosotros payaseamos para ser el volcán del silencio. Diferimos de sus armas. Estallamos en la quietud de sus respuestas. ¿Cuándo sabrán de este estímulo maldito? ¿No es ya suficiente el pataleo agónico y harapiento?
¡Cúbranse! El pánico desenfunda su misterio. No se puede creer lo jocoso de este momento. La oscuridad es un gato siniestro. Una justicia sin gritos. La oscuridad es todos los días una ruta distinta. Satisfacción alcohólica que se abalanza sobre cada uno de los ritos. No quiero vivir en un mundo sin cariños. No quiero estar siempre esperando que me desentierren.
En el backstage de la espeleología hay un rumor. Se habla de una madre cuya caverna es casi tan tácita como su performance, de modo que sólo notas su presencia cuando llora, porque sus lágrimas son acupuntos y no estalactitas como sugieren ciertas voces. Hay rumores en todas partes, pero en ningún lugar toman tanto cuerpo como al calor de una buena ruina. Así es como casi se confunde la realidad con quienes mascan el pasto de la lejanía, sentados alrededor del recuerdo de una mesa. No quiero vivir donde el baile siga fragmentándose en raras extremidades. No quiero que se acarree sin pudor nuestro magnánimo olvido. ¿Es que crees que la violencia se justifica en nuestras pequeñas tumbas mendicantes?
Ahora que escudriñas en la palidez de la ciudad, sabes que sucedieron cosas muy metálicas. Pero tu rictus no cambia. Llueven desde tu hambre, cadáveres de quiltros. Pero tu rictus no cambia. Orgulloso de la piel autoarañada. Ya no hay adentro ni afuera. Todos aquí lo sabemos. No hay país ni pertenencia, sólo este enorme continente al interior de una botella, como documento que acredita nuestro naufragio de gran alpargata.
Arturo Merino Benítez.
Dese cuenta, aquí sí que hay algo. No como en esos pantanos de putito en que el amor se masturba con cara de ángel. Nada hay en Afrika o en Bélgica que me atraiga tanto como esto. No existe esta indiferencia ni en la Amazonía ni en Nepal. El aeropuerto no da abasto a semejante poder contenido en una sola nación. Es un territorio derretido este gentío que se expande cerro arriba, buscando la boca del volcán para introducirse junto a todas sus costumbres ardientes en el pebre nuclear de los arrepentidos. En ningún otro paraje se cuecen las habas con tanta paja, fíjese. ¿Cómo podría yo pasar de largo sin antes comerme lentamente un sánguche de potito?
Transantiguo.
Nada que decir de estas calles como cabareteros ensayos de una amabilidad suprema. El miedo a hacer algo terrible es perfecto. Otra oportunidad al fin para desdoblarse sin tener que decirse las heridas… ¡Guaja! ¡me muero! La resurrección dice protejámonos del desorden y luego los niños y los perros se unen en una cruzada callejera. Los niños y los perros se comen toda la basura. Los niños y los perros revientan las cañerías de la resurrección para que estas calles vuelvan al barro y convoquen.
Es por eso que grito: ¡Que se enciendan los dientes al centro del cielo! ¡Que el sólido silencio de la eternidad nos desampare y que los muertos corran hacia las fiestas para que jamás sea ni de noche ni de día, y que sólo la sangre se acuerde de estas calles que sueñan que son un hermoso rincón desdoblándose a través de las músicas y sus maravillosos monstruos cojos!
Colateral.
Dicen que en el metro penan. Una señora gorda y su hijito. El maestro Richard inmediatamente después de la ducha. Doña Alma Peralta por primera vez sin cartera. La lista negra es larga. Muy larga. Dicen que llega hasta Afrika.
Rápido e inconexo.
(Muy entretenido o demasiado) Los relojes no entienden nada. Hoy me voy adonde el sabor. Sea él quien pida las disculpas correspondientes por mis pactos. Hay sectores donde los cuchillos toman forma de belleza. Los muy bestias se ríen con carne entre los dientes. Sean ellos quienes nunca puedan llorar a sus muertos y que resulten pavorosos con sus pechos llenos de piedras.
Todavía no me duermo. Todavía es de mañana. Valen las desgracias tanto como las narices de payaso, por más que intenten sabotearnos la piel con disneyliturgias. No quiero irme, señoras y señores. Todos los que aplauden son un mismo barrio, lo sé, pero es que tengo que volver a la demoledora estructura del pan.
Gangrena.
Y entonces al fin el dinero. Como una gotera mientras se está dormido. Al amanecer la boca tan amarga. Y esos otros que parecen por el contrario hinchados de tanto beber. Bajo el corazón este clavo que nunca nadie detectó. Ni la morfina del amor evita que se sienta su eterna cosquilla. No importa. Todo el día se le agregan nebulosas a estos ojos. Todo sea por el amor. Todo sea por el dinero. Todos duermen mientras la gotera se imagina siendo lágrimas que en silencio oxidan este clavo que nunca nadie detecta.
Espiritualidad mórbida.
Sin mar y sin estrellas es muy poco lo que se te puede pedir, ciudadano cara de sapo. Cara de papel. Cara de muralla. Cara de incendio recién apagado. Cara de pregunta con respuesta. Cara de parroquia. Cara de libro de reclamos. Cara de almidón de maíz. Cara de empate a cero. Cara de pebre sin ají. Cara de balada plop. Cara de ninguna de las anteriores. En tus vacaciones devoraste mar y estrellas sin degustar. Y ahora vuelves con tu cara de sapo a mirarte los granos con sumo estupor.
Luto.
Creo en el ladrido anónimo como único adiós. No creo en esos últimos alimentos de hospital. Se nota que el sufrimiento de otros ya no es el cántaro con el que solíamos ir al río a buscar los gritos internos. Debo burlarme de todos esos protocolos en desuso con los que están acariciando al moribundo. Es ahora mi tarea hacer reír a los deudos hasta que se atraganten con sus salmodias bobaliconas y que ojala despierten a un nuevo color negro. Color por lo demás tan oportuno si tomamos en cuenta cuán desalmado les parece el sol. Debo invitarlos a creer en este sol, pues será él quien finalmente se alimente de sus negras tragedias.
Ciudad del fin.
Me tomé tantas fotos que al final mi frágil alma de demonio se llenó de palidez. Me retiro indignado. Se me rajó el paño de lágrima ninguna. Se me revolvió la memoria de tanta gente que conocí y cuyos nombres suenan hoy como una sola alarma en mi cabeza. Se me vino la ruleta encima. Se me fueron los pequeños rituales. Me arrepiento de haber tocado centenares de manos sin la menor huella de vida propia. Los pueblos fantasmas son turísticamente mucho más húmedos y palpitantes. ¿Por qué tuve que hervir mis cueros en presencia de semejantes sonámbulos? Fue hermoso el frío que me dieron. Ya no hay fuego capaz de sostenerme. Ya no puedo comunicar nada.
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Un bolero lleno de otros boleros.
Presencial.
En pedir no hay engaño. Tú quieres que los árboles despierten siendo niños. Yo quiero que los países se duerman en la selva. Se podrían arrojar todas las cosas a un abismo y aún así te pediría que te unas a esta conversación. Que construyas mi retrato en medio de tu plaza. Que me dejes colgarte en la horca de mi leche. Podría exigir vida después del arrebato de los mares. Que luego de las noches haya siempre un oleaje que huela a ti. Es tan necesario que me necesites que se hacen pocos estos cien pájaros en mi mano. Siento que mi verdadera labor es sembrar hormigas en tu dulce risa y no importa si te tardas en pedirme los ojos. Las cosas en el abismo siempre estarán esperándonos, pero acá arriba, lo que necesitamos con urgencia es nuestra propia presencia combustible.
Vanidades de un disk-jockey.
No huyes ahora que sabes que soy un vidente. Al contrario. Cierras los ojos y te palpas la cara con languidez. ¿Qué es eso que formulas en tu cabecita? ¿Qué le estás robando a esa autoridad imaginaria tuya? Yo no lo puedo ver. Pero sí vi el desborde del río antes de que sucediera. Sí llamé Madre a la intemperie antes de saber que heredaba su peligroso estilo libre. A veces pienso que el planeta huirá de mí. De cierto modo intuyo que el peligro es quien me suda y no al revés. Soy yo el que reiteradamente mojo su camisa blanca y lo incomodo a tal punto que creo que quisiera violarnos ahora mismo. Eso también lo veo. La ciudad entera desbordada en una gran huelga violada. Cuerpos entre baratas. Baratas entre cuerpos. Sapos y culebras bailando con la Quintrala. Te veo desnuda revuelta
en el merkén y el aceite. Siempre con los ojos cerrados. Como si miraras con tu frente. Como si tu sexo estuviera en tu frente. Dejando que el río arrastre todo lo que cuidabas hasta quedar atónita. Veo en ti la valentía y la resignación mezcladas en un solo sacrificio
pirotécnico, en un gran maullido extático, en un puñetazo en el estómago de los sueños. Y aunque intuyo que eres tú quien fértilmente suda el peligro, mírame, no huyo. No me iré hasta que bailes y cambies la angostura de nuestro destino.
¡Cartagena, ya!
Todavía tengo el hábito de financiar asombrosas siestas a lo largo de varias cuadras mientras las trenzas de mi abuela se van soltando con la brisa marina. Desde el cerro los espejos le anuncian al pescador que la sombra de la muerte ha escogido pareja para el tango. Todavía me desgrano y me desgrano para que descansen todos mis parientes con el vientre abultado de legumbres ya que parece que el viento aún tironea del techo queriendo llevarnos hacia el hambre. Todavía insisto en telefonearte, aunque no quede nada por reprocharnos, pues las nubes nunca fueron de arena y del mar nunca llovió sal. Desde el cerro no parece que las olas pudieran sepultarnos y burlando esas cadenas nos dormimos por la tarde. Así es, carnes: a descansar. Todavía tengo un pez en los oídos cuchicheando.
Impasse.
Me reencarné en un hombre que le chupaba los pies a una mujer. Esperé. Después de un rato salí a fumarme un cigarrito. Contemplé mi nueva contextura. ¡Soberbia delgadez! ¡Impresionante abdomen! Supe que mi labor era dar placer. Mis glúteos tonificados hacían eco del movimiento amatorio. Resolví entonces volver al ataque y entregarme por entero. Mi energía, y la de aquel hombre que ahora era, se fundieron en un solo láser. Pero cuando volví a abrir los ojos, aquel el hombre había muerto. Y sólo estábamos ella y yo, acariciándonos las flácidas barrigas.
El oro anda buscando alguien para que le cante una serenata a su novia.
Al primer sorbo de su propio veneno, el oro descubre que lo rodea una niebla. Donde pensaba que había hombres y mujeres, descubre un rompeolas. La situación es clara: algo en él, se está haciendo humano. Necesita entonces un sutil justificativo, algún gesto que recobre su orgullosa inmortalidad. Sabe que vende y compra todas las almas del mundo, pero sólo si revienta corazones con sus manos, carcajeando despiadado, mostrando sus dientes de monstruo. Al igual que Dios, su novia secreta es la única que conoce su verdadero temple. Sólo ella ha visto sus lágrimas de borracho arrepentido. Entonces cuando el oro ve la niebla y se siente solo y se caga de emoción, piensa en acudir a ella para que le bese los ojos y que lo acurruque despacio entre sus aletas. Lamentablemente, como se sabe, hay cierto nivel de debilidad que las novias detestan, y luego de un rato de estar confundidas, suelen optar por el desprecio más oscuro, esa tortura tan femenina. El oro adorado, ahora tan vapuleado, masculla lamentos buscando una solución. “Necesito a mi novia para que me cuente cuentos y así pueda sentirme como el gran Napoleón”. Pasan los años y el oro no logra encontrar a alguien que le cante una fría serenata a su novia. Hay muchos dispuestos a hacerle el favor, pero no hay canción con sangre verdadera que valga tan poco.
Cumulus.
Deja de plagarme, amor mío. La putrefacción no me sienta bien. Estoy harto de sacudirme las cenizas cada mañana. Tus tacos se me clavan en el culo. Incluso aunque no duerma, amor mío, despierto adolorido. Quisiera vendarles los ojos a todos para poder empalarte en secreto con toda la humanidad de Drácula. Por tu cadáver me vuelvo necrofílico. Por tu inocencia me hago pederasta. Deja de plagarme, amor mío. No hay peor enfermedad que este deseo acumulado.
Trastornos extraoficiales.
Los ánimos están inquietos. Las personas se están acercando más a sus motivos. Muchos viajes egoístas se suspenden y los televisores poco a poco van cayendo en un tenue monólogo. Los muebles cobran vida, indisciplinándose gloriosos. Simulando un gigante, la ciudad se divierte consigo misma. Las ofertas del día no erotizan a nadie. Disminuyen las víctimas. El carnaval de la voluntad sale del anonimato y esto hace que la máquina peligre y que algunas de sus tuercas amanezcan en inflamadas barricadas. La infancia vuelve a subirse a los árboles y te noto contenta.
Lingerie.
Técnicamente te estás refiriendo a un brazo colgando de la cama, ¿ah?, ¿es eso? Tienes miedo del insecto que tu misma has dado a luz. El mareo que sientes en los genitales del espíritu no es otra cosa más que el músculo arrepintiéndose de haber amasado tanto. No digas que Felino y que Zutano y que Mongolia. No llores. Las cosas por su nombre. A la tiritona cresta del gallo le llamamos paranoia. Y la piel de tu cebolla se llama colaless.
Ausencial.
Mi piel es tan fiel a tu recuerdo. Los nuevos sucesos son tan extranjerizantes. Colgaré en las puertas del cementerio más cercano los botines con los que te acompañaba a comprar. Tiraré a una caja de juguetes oxidados la toalla que absorbía nuestras calenturas. He encontrado un serrucho. Creo que me convertiré en un mago. Siempre quise partir mujeres hermosas en dos.
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Ictiosauros.
1.
Refugio. Lugar donde se puede respirar sin el acoso de las religiones. Mi refugio. Zona de la música cuyo sexo no ha sido todavía amputado. Nado a través del ruido marrón y trago cosas. Cosas que han venido a desmayarse en mi hombro ya que de tan viejo yo ya no me caigo. Es prácticamente imposible. Buceo entre las debilidades de la gente masticando mi aburrimiento milenario. Ni siquiera siento hambre. O deseo. O rencor. Ya parece que sólo existo para mi mismo. Bajo las olas de la música estoy –convertido en un reflujo tóxico- esperando que toda la existencia se deshaga en mi acidez. No es necesario que abra la boca para tragarme las cosas que se desmayan abriendo sordamente su desmesurado ojito marrón. Mi aura absorbe ilimitadamente su extraña consistencia como si se tratara de un pálido plancton que flota en la intemperie. Lamento parecerte tan bélico. Me obligas a tratarte como a todos. Juzgo: hay que irse. El calor no proviene de las entrepiernas sino de los entrenados en el sutil arte de volver asmático todo lo que tocan. Lamento parecerte depresivo. Oscuro. Estresado. No es que yo choque contra las paredes grises de mi mismo. No es que yo cicatrice como han cicatrizado todos los que alguna vez se abrieron al mundo como una rosada flor de ruidos y carne. Ni siquiera es que me haya arrepentido de poblar estas profundas ciudades. Las habito con gusto. Secreto: hubo noches en que besé las cunetas más frecuentadas y en el fondo de mi principio se revolvió un temible rescoldo. No es que yo sea incapaz de entregarme completo. La cosa es más simple: el cansancio mordió la manzana de los hombres y fue desterrado de su jardín de ciencias y certezas, y fue condenado a vagar por este fascinante mundo nuestro, por esta imaginación submarina. El cansancio se vuelve asfixia. Las comunicaciones, una tela de arañas. Los viajes, una sumatoria de delirios de carnicero. Los cernícalos y las lechuzas quedaron fuera de la repartición de alas. Poco a poco las avispas fueron perdiendo su importancia. Lo inmenso, lo pagano, todo comienza a ser reordenado en cápsulas. Los vértigos se estiran como una vieja alfombra. Cada objeto nos sonríe incitándonos al reposo. Yacer es la consigna. Descansar es el edén. Juzgo: hay que irse y refundar lo ignoto con bravura.
2.
Bajo las calientes aguas del marrón muerto se está llevando a cabo una batalla. Un viejo saurio recorre los mundos sumergidos escarbando en los recuerdos de aquellos que cree sus semejantes y compite consigo mismo tratando de hallar los límites de su propia paz. A ratos, consigue identificarse con el caos reinante. Entonces destroza…
Se agitan las aguas que cercan su espíritu. Una extraña polvareda se forma justo ahí en sus sueños. Siente el saurio que sus entrañas pertenecen al olvido y busca dejar huellas de ellas aunque sea mutilando a quienes lo descubren agazapado en la hondura…
Luego se aflige. Se sabe un monstruo. Y de sus lágrimas brilla una nueva intención. Cambia de piel como quien arranca hojas de un libro único. Se identifica entonces con la pureza del dolor. Se entrega desnudo y bocarriba a esas hordas de furiosos quebrantahuesos a quienes los pornografistas considerarían mesiánicos. ¡Al fin! Casi se ahoga en la emoción de formar parte de lo victimizado…
Pero los mundos pasan a través de él como fantasmas indiferentes. El castigo nunca llega y al contrario, todo enmudece. El marrón intenta sepultarlo en lo absoluto, diluyendo sus fronteras y sus maneras de pensar. Nunca el viejo saurio se enfrentó a tal clase de silencio. Sin dudarlo, se aleja nadando despacio, masticando versos que nadie jamás oirá…
3.
Me pregunto si mi inteligencia es la misma de las hormigas y de los zorzales y de los grandes gatos penitentes. ¿Serán igual de inteligentes las estatuas, los almendros, la puerta, aquel jarrón? ¿Es probable que las ruinas de todos estos acuáticos paisajes se hayan concebido a si mismas en ese estado? ¿Qué tan laboriosa puede ser la autodestrucción si no proviene de un espíritu fascinado por el universo? Estoy de acuerdo en que las respuestas no estarán en tu aroma. Pero lo necesito. ¿Qué otro fragmento de la naturaleza puede morir tan inmediatamente? En su formidable caducidad no hay enigma. Eso me aterra y mortifica.
¡Sencillamente ya no está! Y aunque recorro kilómetros concéntricos buscando encerrar su última gota, sólo logro un torbellino de ecos, de vacíos, de innumerables angustias como palizas. Quisiera poder dejar de preguntarme y así convertirme a alguna fe ciega y calentar las esquinas con engorrosas melodías transgénicas y vomitar todo el vino que robé por siglos. Quisiera creer que todo lo que me hiere es perfectamente lógico en una inteligencia vastamente superior. Me conmovería tanto que de adrede envejecería y luego amputaría el sexo de la música para agradecerle a eso que está más allá de las aguas marrones por considerarme parte de su poema. ¡Resucitaría! Resucitaría en un río fresco y cristalino, sin colmillos, sin garras, sin todas estas dudas que me queman y que me someten. Vae soli! Vae soli! La más terrible de las condenas es poder soñarse siempre uno mismo un todopoderoso.
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