Capicúa (músicxs chilenxs y Estado)
(Este texto fue escrito originalmente en junio 2018, para la revista Anagénesis, cuya edición dedicada al tema "Estado" se canceló)
Ñoñamente, volando bajo, partamos haciendo el ejercicio
de pensar al Estado en sus tres poderes clásicos y en cómo cada uno de éstos
interactúa con la actividad musical chilena:
1.- La música es
llevada a la Justicia cuando se vulnera la propiedad intelectual,
principalmente en casos de plagio o piratería; cuando hay irregularidades
laborales o financieras en los casos en que se ha formalizado como actividad
económica; cuando sus decibeles sobrepasan los límites permitidos según horario
y territorio; cuando se transmite a través de un medio considerado ilegal; o
cuando la violencia física surge en torno a ella.
2.- En el Congreso,
la música nacional pasó hace unos años para regatear su 20% de participación en
radios y espera volver a Valparaíso a discutir lo que se conoce como “Ley del
telonero”, que busca conseguir que por cada artista internacional que se
presente en territorio chileno, haya un show nacional que lo anteceda. Esto no
sólo aumentaría la difusión de la música local sino también sus arcas ya que el
artista visitante y su producción hoy se están llevando gran botín en sus
bolsillos, mientras que con esta ley en vigencia tendrían que irse a medias con
el chilenito. Hay detractores, como los empresarios asociados en AGEPEC, que
seguramente tienen el negocio amaestrado y este cambio drástico en el reparto
les desafinaría los instrumentos. Y claro, también hay quienes se sobajean las
manos porque, al igual que con el 20% en radios, ya tendrían pelado el chancho.
Ojo con la Sociedad Chilena del Derecho a sobajearse y con el hombre del
maletín.
3.- El Ejecutivo es
un poder sinfónico. Pone a disposición de los músicos una serie de fondos
concursables, a través del Ministerio de las Culturas, de los Gobiernos
Regionales, de la Secretaria General de Gobierno, de la DIRAC, de INJUV, etc.
Publica a fines del 2016 una “Política Cultural para el Campo de la Música” que,
si bien su diseño contó con representación de varios sectores, depende
demasiado del eco en nosotrxs para no convertirse en letra muerta, por lo que
la distancia entre realidad y expectativa tendremos que empezar a contarla en
millas marinas.
Nadie dijo nada,
Carlitos, y es que pese a los esfuerzos de Escuelas de Rock, RedCultura,
Cecrea, planes y programas de mediación, de residencias, de circulación, de
infraestructura cultural para espectáculos, talleres, salas de ensayo, estudios
de grabación y una tracalá de otras buenas ideas, si la expectativa es que nosotros
le demos vida a todo eso, la realidad es que sí, se le está dando vida, pero
más como sosegada clientela que como hacedores de un destino propio.
La raíz
Creo que para lxs músicxs,
al igual que para todxs, la interacción más determinante que ha tenido el
Estado ha sido la transculturación que mediante su cosmogonía institucional ha
aplicado en nuestras existencias desde que se vistió de democrático el año 90.
Desde esos años, la Industria Cultural, herramienta espiritual del capitalismo,
sembró esta primavera incolora llena de gestorxs buscando impacto.
El gobierno de
Aylwin asumió la tarea de diseñar una nueva administración de los asuntos
culturales que se hiciera cargo del stress post-traumático de un país con una
identidad volátil, sospechosa, en ciernes. Se necesitaba horizontes claros y
una imagen-país clara que nos acercara a esos horizontes. UNESCO llegó entonces
a hablar por primera vez de Industria Cultural y luego, en cada nuevo gobierno
vimos cómo este paradigmático concepto se instalaba y propagaba exponencialmente
en el vocabulario institucional, año tras año, dejando atrás otros conceptos
que venían con potencia desarrollándose, como el Trabajo Cultural Comunitario.
Y lamentablemente, por chorreo, vimos cómo las comunidades fueron idealizando
también esta jerga simpática, bancaria, financiera, avanzando todxs hacia la
pyme cultural y su formidable doctrina tácita.
Así es que en todo
el camino por el que la institucionalidad cultural nos ha llevado se puede leer
ese deseo de darle vida al monstruo, de homogeneizarlo, de hacer caber en un solo
cuerpo lo que era de muchos. Y aunque en muchas partes se lea sobre pluralismo
y respeto por la diversidad, los actos concretos afirman lo contrario. Las
voluntades se revelan como leales a un sistema de valores culturales cuya
piedra basal es la propiedad intelectual: Cuida tus pertenencias, te las pueden
robar. ¿No hay cultura sin dueño?
El tallo
Michel LeFranc dijo
por facebook que en el underground, al estar lleno de eventos contraculturales,
si hicieras algún evento que no fuera contracultural, automáticamente éste se
convertiría en contracultural, ya que se opondría a la norma. Esta seductora
paradoja habita cada rincón de nuestro sistema político, haciendo que toda
relación que tengamos con el Estado, sea una relación definitivamente
capitalista.
De lxs músicxs se
espera que nos relacionemos con todo el mundo desde el derecho de autor, como
productores y propietarios, es decir, desde los derechos económicos que nos
corresponderían como creadorxs. Sin un manejo adecuado de estas divisas, no
existimos, no somos parte del club. El Estado y la Industria invalidan entonces
posiciones divergentes con respecto a la figura del autor en nuestras vidas y
esa invalidez es política. El indispensable derecho a compartir, que tanta
falta nos hace, se vuelve causa política de la que todx músicx reniega cuando
le aviva la cueca a lxs sobajeantes.
Cuando se piensa en
la relación de lxs músicxs y la política se piensa en cómo le cantan a los
grandes temas de nuestra sociedad, en cómo denuncian y exponen conflictos, en
cómo acompañan y atestiguan las luchas sociales. En fin, cómo “el mundo de la
cultura” se saluda con “el mundo de la política” (¿Perdón? ¿No es acaso el
mismo mundo?). La mayoría de lxs músicxs no ven lo político en su propio campo,
como por ejemplo la existencia en el país de una única administradora de
derechos de autor y que al mismo tiempo ésta sea el único interlocutor validado
por el Estado para representarlxs en el Consejo de Fomento de la Música Nacional,
organismo central de los asuntos musicales en Chile, encargado de definir políticas
culturales orientadas al fomento de la música nacional.
A muchxs músicxs
esto no los distrae, ya que al parecer sólo podríamos desarrollarnos dentro de
esa relación larvaria, perdón, emergente, en vías de desplegar no sé qué alas.
Te lo dice la Sociedad Chilena del Derecho a sobajearse, te lo dice ProChile,
te lo dice IMI Chile, te lo dice Escuelas de Rock, te lo dice la ley del 20%,
te lo dice Fonmus, te lo dice la tele, la prensa, el alcalde, el vecino, el
youtuber…
¿Y lxs profesorxs
de música? ¿Acaso no son nuestra última defensa?
Ojalá la escasa
educación musical (escasa porque el Estado así lo quiso) pudiera competir con
la educación informal de la Industria, con su actualización infinita, con sus
modelos a seguir, con su irreverencia cazabobos. En general, la juventud lo que
sabe de música lo sabe por la Industria. Material pedagógico v/s material
promocional. Adivina qué se vende mejor, ñoño. Adivina porqué son cada vez
menos las prácticas musicales que no se conciben a sí mismas como objeto de cambio.
La flor
Siendo honestxs,
reconozcamos que aún tenemos fratria, compañerxs. Reconozcamos que aún hay
quienes impulsan iniciativas donde la música no es un medio de lucro sino una
búsqueda de diversa índole, tanto social como personal. No digo que sea ilegítimo
el querer ganarse la vida desarrollando un arte como trabajo, pero hay que
observar las motivaciones que nos llevan a hacer eso con la poesía, la música, la
danza, y observar a aquellxs que pretenden dirigir esas motivaciones porque sin
duda “hay un alguien sobre ti” que, si no lo identificas, será difícil que
puedas siquiera intentar salir del camino que te ha trazado y abrir tu propio
sendero.
Juan Ayala me
preguntó una vez qué pasaría si todos los municipios invirtieran en tener un
equipo de trabajo dedicado a desarrollar la música de su comuna. En el
Sindicato Independiente Musical Metropolitano nos preguntamos qué pasaría si
nos visitáramos más seguido entre regiones, si nos escucháramos más, si
pusiéramos más huevos en la canasta que viaja, llevando música y conversaciones
en un flujo permanente, avivado por universidades, colegios, locatarios,
medios, asociatividades e instituciones de todo tipo, si así generáramos un
debate constante en los territorios acerca de lo que entendemos por Cultura... Yo
les pregunto a ustedes, estas transformaciones u otras ajenas a este texto,
¿podrían mejorar la relación músicx/Estado, en el sentido de hacerla menos
capitalista? ¿Podemos considerarnos anticapitalistas al mismo tiempo que, para
desarrollar nuestro arte, establecemos una relación vibratoria en sintonía con
el Estado? ¿Soy más capitalista al plantear esta posibilidad? ¿Da igual? ¿Ya
fue? ¿Todo está perdido? ¿Hay algún corazón en oferta? ¿Capicúa?
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