PARTITURA NON GRATA

Armadura para un cuerpo esquivo
Sinuoso
sabes que te creen alado
y que de tu bomba brota un vino dulce.
Desde lejos
sabemos que es tu antorcha en la garganta
y no una garantía de que aquí estamos
lo que va por los bosques amenazando,
rodeándonos, silbando…
Te ocultas…
aunque gozas…
y aunque provocas…
te ocultas en un timbre ocasional del vapor.
Bien saben ciertas nieblas
que no hay que temerle a tu pelaje
que hay que mirarte
que hay que encontrarte dormido
en tu raíz, bien dormido en hímenes.
Oscilante
estarás de acuerdo con la emboscada
y por ahí con un millón de huellas…
Pero, oye, nuestro sueño declarado
es tu oxígeno y la materia oscura de tu disfraz
y es así, joven diablo, que te exigimos:
¡¡Entrégate!!
¡¡Queremos que sepas que eres nuestro!!
¡¡Esquivando la aldea jamás tendrás un cuerpo!!
¡¡¿Oyes?!!


Escala herida
Re.
-Omnívora, ¿ahora me crees?
Te dije que yo tendría consecuencias.
Ahora me ves en todas partes
-¡Mentira!
-¡Verdad!
-¡Yo no te veo!
-Entonces, ¿por qué le hablas a las escalas y a sus barandas como si fueran mi metal o mis pajarracos?... no te entiendo.
Te han detectado acariciando el tronco de cierto álamo imaginando que es mi mismísima coronta.
Te acuestas rodeada de frutas, muchas frutas, obviamente para despertar oliendo a úteros de los míos.
En realidad la pregunta es otra.
¿Cómo puedes negar, brujilla, que no añoras mi alambique atiborrado?
¿Qué es lo que produces hoy en día con tus racimos y tu pulpa de flores y de pobres aptitudes?
¿Cuál es tu tufo ahora?
-Los hollejos de mi voluntad van masticándose y entendiéndose, espumosos.
-¿Ves? Eso es consecuencia de mis suaves caracoles. No te confundas.
-Igual que siempre, te acurrucas en tu propia espalda. Igual que siempre, inventas que has nacido enredado en luces de araña. Igual que siempre y finalmente, eres la cara del despojo, del alambre, de la medusa, de la púa en todas sus formas reñidas con la amnistía. ¿Veo?
Sí, veo.
Desde mi humo y sus trizaduras no puede verse otra cosa que no sean muñecos en ruinas.
Pero estoy a salvo.


Do.
Espectáculos como éste son frecuentes bajo los árboles. Es por eso que quienes nunca bajamos a tierra firme denominamos a estas personas “chicles”, aludiendo a su enfermiza elasticidad, a su desplazamiento a través de los coitos con la más pegajosa indiferencia, a su profunda esencia de espejismo del dulzor.
Andaríamos por la tierra como los “chicles” si no fuéramos tan dependientes de las hojas y de las caricias grandotas. Seríamos espirales como ellos. Desconfiaríamos. Todo sería sexual. Quizás olvidaríamos en una noche todo lo aprendido en este nivel del coágulo y del prójimo.
Mmm…
Pero estaríamos llenos de dagas
Mmm…
Las exquisitas dagas de la belleza.


Si.
En círculos, voy apoderándome de un ritmo que será mío para siempre. La daga deja su culpa. Se entrega a mi mano y a la piel que sangra con el habitual arrebol sin ramos ni centellas ni rayos de aves explosivas. Crepúsculo chorreando silencioso. Peregrinamente el recuerdo de una burbuja dispuesta a apoderarse del corazón. Ella avanza lentamente, inevitable, sin círculos. Soy yo el que merodea o deambula o se marea.
Como siempre, después de haber hurgueteado en el pubis, cosecho una linda criminalidad de desembarco. Millones de dagas volviendo a la tierra. Y aún con tantas dagas sólo es en verdad mío este ritmo y su profundidad.


La.
Nombrar algún baile que no lo haya inventado él.
Nombrar algún color que no sea su ceniza.
Nombrar alguna fecha que se nos haya olvidado y que no haya sido protagonizada por el y su jolgorio.
No somos capaces de hacer nada sin esta súper-bestia, sin sentirnos urgentemente invitados a su súper-fiesta, sin atravesarnos el esqueleto con su súper-ritmo.


Sol.
Mi muerto, señorita, tenía dos huesos favoritos: el quemado y el precioso. Con ambos hacía y deshacía en las reuniones que él mismo organizaba en su cabeza con el fin de analizar los desastres patrios. Le gustaba realizar toda clase de rituales para recuperar la belleza ya que para él todo era fronterizo y horrible a la vez.
Señorita, ¿se transparenta un poco la idea?
Mi muerto tenía terminaciones nerviosas muy agradables. Es sólo que nunca tuvo control sobre ellas. La lluvia en la cara le era como si por ahí fusilaran. Una gata arisca parecía una amenaza mortífera. El sol bombardeaba su intimidad de bulto con bocanadas de manteca. ¿Qué podía resultar de una frustración como aquella?
El amor, señorita, le era suministrado en cerrados choques eléctricos que terminaron por convertirlo en un total desvarío. ¿Puede culparse a alguien de sentirse un país o de pronto su fantasma? ¿Puede alguien seguir vivo después de tantos trozos de dolores?
Finalmente yo no sé, señorita, si la batalla contra la belleza del monstruo, ese otro monstruo que es la patria, fue o no una performance. Pero mi muerto, señorita, sacó el aplauso más abierto de la noche.


Fa.
Haciéndole cariño a los deudos, sosteniendo con firmeza la bandera incolora, llenando maletas con pedazos de un buen amigo acaba uno sintiéndose un oropel, una vainilina, un placebo aerostático.
Puaj, el cielo muerde como colono.
Para invertir esa sensación hay que acercarse al fuego.
Como en un crimen.
Como montado en un rinoceronte.
Hay que reventarse junto a las llamaradas que construyen el único templo verdaderamente accidental.
Abracémonos, amigos.
Dejémonos de tumbas.
Ergo: cenizas.


Mi.
Te quemaré.
Me quemarás.
Y la lluvia y los techos reirán como siempre.
Entraremos en el trance más confiable.
Nos guiñara un ojo el instrumento musical más diablo. ¡Ya verás!
Hace noches que debimos provenir de una almohada en llamas. Debimos encontrarnos aquí y resolver nuestro gran apego a la furia. Debimos ignorar la laceración y convertirnos por fin al culto a la risa.
Como la lluvia.
Como el corazón que late fuerte en los techos.
Es el mundo entero el que nos abandona ahora omnívoros en los columpios.


Silencio de redonda para dos creaturas ovaladas.
Néctar, tú, dime:
¿Por qué mi madre nos comió a mi hermano y a mí?
Mientras me lavas toda esta sangre seca, explica:
¿Para qué molestarse en parir y desgarrar su cuerpo y después mirar como yacemos en la despensa vacía?
Ya empezaba a disfrutar su aleteo gusano.
Ya casi me decidía a regalarle mi bitácora, mis escapes, mi época de puentes, mi espíritu bífido, mis nodos, mi escolarización y mi yogurt zombi.
Mi hermano también tenía muchas índoles de rastros para ella, ¿sabías?
Ambos hubiésemos cargado felices su batería sonámbula, largamente, sin mancharnos con el hollín de su baúl.
Sé que ambos habríamos dejado atrás la cornisa. ¡Por ella!
¿Dónde estará mi hermano ahora?
¿Vertebrándose como un mazazo entre los ríos de la carne?
No entiendo porqué yo estoy ahora en ti, néctar.
Siquiera pudiera enderezar mi llanto.
Darte con él en el hocico.
Hacer que pierdas tu suavidad infinita y que me permitas ver el auténtico plumaje de mi madre, para que todos los mundos chapoteen dentro de cáscaras mejoradas. Que mis ojos de polvo queden esparcidos sobre una visión de partos múltiples y torrentosos.
Ojalá, néctar, pudiéramos quebrar este loop del cielo.


Becuadro.
Nada de que huir. Por lo tanto, mejor romper sillas, hacer la fiesta al revés, spank con muertos, llenarse de ventrílocuos por dentro.
Nada de que huir. De antemano todo está pagado. Todas las aldeas se identifican con la misma respuesta. Un mismo policía para todos los orgasmos.
Nada de que huir. Únicamente elegancia, un matrimonio convenido entre una luz de familias y un tsunami de sombras, todo un revoltijo de grises percibido a la postre como una plácida vendimia que alcanza hasta para las ratas que tampoco huyen.
Es que no hay nada de que huir. Un niñito arrinconado está diciendo “nunca más, nunca más”, convencido, ignorante del influjo de los años y de su amaretto.
Nada de que huir. Nada cortante. Nada más allá de la rotonda. Nada realmente fuera de foco.


Glissando.
Jálalo, decías, y empezabas a emocionarte. Jálalo, jálalo. El agua era cristalina y yo veía como el balde se acercaba a la superficie. El balde estaba tan emocionado siempre. Tenerlo en las manos era como liberar a mi esternón de su crustáceo. Centollas, solías decir, son como voces atrapadas en un puño. Yo te entendía siempre y eso me hacía caer de rodillas en el agua. Tus costillas de hombre, me explicabas, tienen forma de nómades. El agua era cristalina y yo te veía como una avalancha a acariciar. Agradezco ese centro de la memoria.


Calderón con odio.
Dolores que se alargan hasta que nadie es hermana de nadie.
Desencadenar.
Desencadenarse.
A la larga cualquier mugre es una chispa que necesitamos.
Toda pelusa o viruta lleva en si misma el paisaje del terror.
Volverse al polvo entonces.
Volver al polvo.
Ya jamás saldremos del mentol y de los dolores que se duplican, se triplican, se aparean alrededor del fuego.
La noche se ahoga tranquila mientras golpeamos.


Da Capo.
Hay un tábano supervisándonos.
Luego una explosión.
Un staccato (…)
Seguimos aquí.
Formidable sensación de ser supremos.
El mar erosionando el frontis de nuestra última ciudad: “oigan, lentejuelas…” (…)
Y es posible recordar todas las materias primas revueltas en un gran gerundio.
Formidable sensación (…)
Un puente de naipes entre la tierra y la luna a través del cual todos los dioses se amontonan y chorrean signos.
El tábano sugiere así volver a construirlo todo.
¿Seguimos aquí?
Parece el futuro.
Parece lo circulatorio del entonces futuro.

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