ORFANATORIO

La familia Tarjeta.

Tosca ancianidad de rebaño gastado:
¡Me recago en tus mazmorras!
Jamás el dolor pudo ser tan pan tan untado en esa salsa agria que chorrea tu pijama de oficinas.
El dolor tan fresco y blando y cotidiano y parecido a este vejestorio que me he inventado y que he tragado para suplir la falta de coronas de flores, y en general, de objetos privados que me vayan enterrando tranquilamente con cara de parrilladas y de lunes en el trabajo.
¿Por qué mierda tengo que demoler todo esto que me abraza en año nuevo, sin una pizca de respeto por mis consignas corazones bochornos criaturas?
De ahí que yo tenga esta inseguridad gratuita y esta forma de volverme todavía alado cuando se supone que me arrastre por las galerías cotizando precios de flores que jamás oleré pues ya estaré duro como pan.
Como dolor que nadie quiso comer.
Como elefante obligado a beber sangre de ratones y que luego ríe y canta, aplastando cráneos anónimos para él y su fiesta, y al que luego ahorcan con una grúa para calmar su rara poética.
¡¡Estúpidas todas las familias del mundo!!
Jamás el dolor pudo ser tan de película así tantas veces reproducido que hay que destrozar la ciudad para intentar despertarlo y que vea una cara nueva y entonces que de veras duela y que así se feliciten todos éstos que usan cascos fosforescentes y pican la calle con su sudor que no ha sido en vano ya que han despertado a la guagua y su magma de ignorancias, exquisitas si las envolvemos en papel metálico y se las ofrecemos a las tías que vinieron a tomar tecito y a sacarle el cuero al demonio que como siempre paga los platos rotos por el sólo hecho de no haber podido constituir una familia o prostituir una cerveza en vísperas de aquel agradable día en el que la desesperanza florece como nunca para quedarse y educar.

Argumento de la bailarina irascible.

Deliciosa. Me resuelvo entre ustedes como una niña criada en una casa de frutas, disciplinada por sus jugos, despojada de su cáscara y del recuerdo amargo.
Me sé deliciosa. Me comporto primitiva en un juego donde todas las antorchas van descalzas. Soy la pluma que cayó describiendo en su suave recorrido la vergüenza de los rincones donde bailo deliciosa.
¡Ahora es cuando auguro el feliz tsunami!
¡Este es mi momento!...
Giro en el caño como una madre adoptando el vacío. Todos los niños del mundo por unos minutos desaparecen. Es como si se hubieran comido a mis crías: mi reacción es ultraviolenta.
¡Es mi momento, sí, todos los rayos de la luna me pertenecen!
Pero ¿Qué ocurre?... Ustedes tienen esa telescópica clase de dedos ¿Se dan cuenta que me acorralan? ¿Notan que la música se detuvo? Hijos de puta. Dejo de flamear como selvático estandarte. Pienso. Degüello a todos con el pétalo de una rosa. Hago que sus madres regurgiten el recuerdo de sus partos.
Embisto. Pienso. Deliciosamente pienso. Creo que soy únicamente la pluma que cae pensativa entre sus sábanas de muerto.


Godzilla.

¿Por dónde anduve? No por los prados súper extensos donde el rocío te afeita la planta de los pies.
El frío me busca cada mañana en paisajes equivocados.
Yo habito esta cama que sin duda me conoce aunque siempre se niegue a contestar mis preguntas. ¿Por dónde anduve?
Siento que he engañado al destino pues no he estado donde me hago fuerte.
Mis argucias me hacen sentir que tengo la estructura ósea de un agujero negro.
¿Por dónde? Quizás en esas patrias donde se celebra la dependencia al alcohol elevando manta rayas en el aire o tal vez
entre esos millones de países donde se baila una especie de orgía de gallinas.
A lo mejor sucedía que les ponía atención a los animales borrachos que me rodeaban mientras avanzaba y entonces fue así como descubrí que sus banderas no necesariamente les limpiaban los culos sino que también a veces podían representar otra cosa. Algo así como esta cama que me chupa la espalda y me arruga y me amarga.
¿Por dónde anduve?
¿Qué es esta mancha de músculos en mis sábanas?
¿En que extraña caverna quedó mi sangre?
¿Por qué me cuelgan estos sueños como lágrimas?


Recomiendo dormir.

Cuando ya recomiendo dormir es porque no quedan más ganas de llamar a nadie. Déjense de mover las manos. Sólo me intereso yo mismo y ni siquiera eso. Prefiero aburrirme dentro de cajas y cajas y cajas que contengan absolutamente nada. No les daré ninguna respuesta. Que los niños se encierren en sus escuelas. Que el abuelo arda en su cera. Que aborten esas adolescentes todas hijas de una piñata. Todo es confeti a estas alturas. ¡Bravo! ¡Usura! ¡Casi parece locura! ¡Ya! ¡Déjenme con mis cajas! ¡Que hay orugas que se arrastran buscando veneno para sus mismos capullos! ¡Les advierto que el tiempo se violó a si mismo! ¡Fáltenle el respeto a quien quieran pero duérmanse rápido que yo ya salí a ahorcar!

Insomnio del postulante a astronauta.

Nunca dependió de mí.
Fueron las estrellas las que me llamaron con esa voz de pozo.
Demonios.
Si te fijas, yo no pertenezco al rebaño.
Yo no como cualquier cosa.
Demonios.
Me recuerdo cuando niño tiritando de puro exótico.
¡Cuánto me gustaba abrir y cerrar las sombras para crear una corriente de aire que refrescara mi alma de laboratorio!
Mientras los otros niños excavaban buscando huesos
yo ya predisponía los míos a estrellarse con otros planetas.
Yo ya burlaba a los adultos como un difuso cometa.
Demonios.
No puedo quedarme aquí.
Yo no sirvo para otra cosa que no sea flotar a vista y paciencia de los otros hombres que han nacido para escarbar entre las piedras y regalarse mutuamente cambuchitos de esperanza.
Demonios.
¡Cuánto me gustaba ignorar a los payasos!
¡Cuántas veces no mezclé bajo el microscopio a los sacerdotes y a las niñas y a todos esos que me parecían lesos!
¡Si hasta me reía… a sabiendas de que en el espacio nada se oye!
Pero es que nada puede ser más divertido que saberse un dios secreto. Demonios.
Si no me aceptan…
¡Juro por mis ancestros que derribaré sus torres y sus escuelas y sus canódromos!


Moviéndome.

Sereno. Me voy deshaciendo de mis maletas.
No es que me pesen. No es que me fallen.
Quizás es sólo este atardecer y sus pájaros.
Canto y en mi voz hay algo de maletas también.
Sueño y capturo imágenes que son igual un equipaje.
Estoy aquí y necesito algo de allá.
Estoy allá pero se me quedó algo en este vagón.
Voy vengo con mis buenas maletas y sus buenos consuelos.
Que no estoy tan incompleto, dicen.
Que para eso están ellas.
Sin embargo yo las abandono. Las dejo en medio de una fiesta o bajo un triste camarote. Me digo:
necesito viajar solo. Ojalá desnudo y sin siquiera un idioma.
Pero a los minutos tengo ya otra maleta en mi mano y cierro la puerta.


Alimento punk.

Y lo reafirmo. Esta es la última cena. No me miren así, amigos.
Parto por mezclar sus inquietudes en un sartén de anciano básicamente coloquial y aguardentoso. Le doy vueltas a sus hipótesis sobre mi torpeza tan característica de los que no sabemos leer fuegos.
Amigos.
No quiero que mastiquen todo el tiempo ese árbol dudoso que se les ha ofrecido siempre dulcemente remojado en taladros. Lo que ustedes tienen que comer es esta simpática mierda que les estoy preparando.
Si quieren ayudarme pueden cortar religiones en pequeñas tiritas.
O limpiar la música hoja por hoja.
O estar constantemente revisando la crema hasta que tenga la consistencia de un ideal político.
Yo mientras tanto vierto vino sobre las lenguas de los profesores que se autoflagelaban ante nosotros para inculcarnos la sombra.
Vierto vino sobre las canciones lacerantes de los templos.
Vierto vino sobre la ineptitud de la ornitología moderna que jamás ha sabido explicar nuestra carencia de alas.
Vierto vino sobre nuestras propias luces errantes dentro de sus jaulas para que se besen como astros demenciales y ardan y se consuman y así finalmente que seamos nosotros la carroña de la cual se alimente el amor.
Que no quepa duda en todo el territorio.
Se está celebrando la última cena.
Aprovechen, amigos míos.
Esta es la última carne que me va quedando.


La familia Pedales.

Esto se trata de la familia de un amigo de un amigo que de tanto andar en bicicleta terminaron todos por pedalear hasta mientras dormían o hacían el amor o comían zapallos italianos que creo que ellos les llamaban zuccini o algo así. No saben la inmensa alegría que eso me causaba. Pues presiento que es debido a su adrenalínico comportamiento colectivo que sus moldes internos se abrieron y dieron paso a un gran molde que desde afuera puede parecer muy excéntrico pero basta con ver a la hija pedaleando mientras limpia las ventanas o a su hermano mientras estira las sábanas y ya todo empieza a tener un sentido superior. No hagan tal cosa de faltarle el respeto a esto que cuento, pues eso sólo ayudaría a demostrar cuán alicaídos están sus propios moldes. Defectuosos si se quiebran al simple reflejo de esos pedaleos ni tan cósmicos pero igual de una magnitud imperecedera. La madre alimenta al perro produciendo ya sus rodillas el sonido típico del otoño que con desenfado alecciona alas pequeñas crías de octubre.
No queda más que observar con un talante imbécil ya que de seguro uno ha sido educado en el tenebroso mosquitero de un templo y para uno, compartir la configuración de su molde sería tan ridículo como bautizar gallinas con pichi.
El amigo de mi amigo pedalea mientras bebe o mientras trabaja en lo alto de un andamio en un trigésimo piso. No me corresponde a mí explicarles cuán importante es para él una bicicleta. Cualquiera que se haya subido a una, distinguiría sus ventajas transportivas o aeróbicas o económicas. Pero créanme que es necesario compartir un paseo de toda una vida para descubrir su luminosidad y su agotadora caricia.


El sin familia.

Apuesta a que nadie está pendiente de ti.
Por eso las hienas se ríen.
Por eso las ciudades se enfrentan.
Cada vez que te equivocas ayudas tanto
al correcto funcionamiento del caos.
Y es allí donde yo me río y enfrento
y desde esa ventana magnética te observo.
Te ves casi tan redonda como tu pupila.
Y es allí donde te abres para absorber
las pequeñitas transparencias que la soledad
va sembrando a nuestro alrededor.
Por eso las lágrimas de ballena.
Por eso la húmeda nostalgia y la placenta.
Por eso eres un ave redonda
que no puede volar sino sólo hacia
donde no hay rincones…
Tus adentros.
Tus interminables y fogosos adentros.

Siento llorar tarde.

Bueno ya, fotografíame así sin saliva. Los ojos abiertos sin arcanos. Estoy cómodo, gracias. Puedo disculparte siempre que ningún otro cadáver se oponga. ¿Qué te dio por visitarme? ¿Qué soñaste qué? Bueno ya. Te lo confieso. Siento llorar tarde. Estoy claro que ya se dijeron los discursos. Ya todos se doparon. Ya se odiaron como cefalópodos hambrientos. Se habló tanto tanto de mí que mi oreja izquierda es un pedazo de carbón. No debo tener muy buen aspecto. ¿Tienes un espejo? Si tan sólo existiera un método para que mis seres queridos vean cómo realmente me siento ahora. Ahora que lloro sin violines ni plumas de cebolla. Que lloro y vibro sin mi antiguo material. Que lloro en una clave que sólo los muertos conocen. Esta música que es mi llanto sólo la bailan los inertes, los libros, los frascos vacíos. Bueno ya. ¿Qué te dice esta mueca tardía? ¿Cuánta calma te inspiran mis huesos? Lo bueno es que la foto no captará mi aroma otoñal. Aunque si lo hiciera quizás transmitiera mejor mis coordenadas en esta salmuera de la nada, en este fluido alicaído, en esta espuma en la que se convierten las familias finalmente. Bueno ya. Que todos vean lo que me han hecho. Sepan que la mejor de las cárceles es genética y que no hay fuga. No hay siquiera un desamor que te destiña y que acabe con esta ira infinita. Da lo mismo si lloro.







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