A propósito de homenajes oficiales.

A propósito de homenajes oficiales.

Jugar al Memorice conmigo mismo. Enfrentarme a las cartas bocabajo que llevan impresos mis recuerdos. Buscar la posición exacta de un fenómeno en mi mapa emotivo. Establecer la correspondencia entre dos fenómenos internos. Recorrerla. Reconocerme. A medida que voy juntando pares, voy ganando la experiencia de mi mismo. Hago mi propia historia, que luego se unirá a otras para ir conformando una memoria común. Ahí se irán estableciendo las correspondencias entre mis memorias y las de otros, en un nuevo juego.
Jugar al Memorice con el Estado es otra cosa: dar vuelta las cartas y encontrar sospechosamente pares siempre. ¿El Estado deja que uno gane? El Estado plantea como memoria una carta única, clonada hasta el sopor, suavemente obligatoria. La ilusión de ir ganando mientras junto y junto pares equivale a la ilusión de encontrar correspondencia entre la pequeña memoria propuesta por el Estado y la propia.
En realidad, uno pierde. Termina masticado por el olvido si no es capaz de poner en juego sus propias cartas, si permite que la uniformidad identitaria gobierne. Hay allí una más de tantas batallas cotidianas: los hitos que podrían ser mis recuerdos v/s la absoluta planicie que asoma en los establecimientos de dominio (escuelas, universidades, radios, canales de tv…). Hay una lluvia de nombres llevando en su interior el virus del anonimato y la borradura…
De amateur se puede pasar a jugador profesional si uno realiza constantemente el ejercicio de valorar la propia memoria y la de sus vecinos. Para eso hay que juntarse a conversar. ¡Edificante contragolpe!... Incluso de lo lúdico se puede pasar a lo bélico aunque, generalmente, sólo nos quedamos en lo lúdico amateur, como una niña en un eterno cumpleaños; como una anciana frente a una eterna teleserie; como Violeta Parra, cual Prometeo, devorada infinitamente por águilas y turistas.
El Estado quiere hacernos creer que, ¡hurra!, ganamos en su juego de memoria, para mantenernos inofensivos y aplaudiendo mientras nos aturde y nos viola en lo más profundo.

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