Mirábamos de pie


Ahora me voy a tirar un piquero autobiográfico:

Tenía yo catorce años, empezaban los noventas, estaba en mi pieza escuchando “La Cultura de la Basura” cuando por la ventana asomó la cabeza de un chascón, uno de los volaos karatecas de la Villa Nueva Grecia en Peñalolén. Conversamos sobre Los Prisioneros y él empezó a hablar del Underground. ¿Qué era eso, el ”Under”? El Flaco se fue, dejándome orbitando esta pregunta hasta que días después encontré en mi casa una hoja de cuaderno con una descripción del Under, en palabras del Flaco. Ese papelito lo cambió todo.

Empecé a juntarme con el Flaco, que tendría unos diecinueve. Lo observaba cantar y guitarrear con mi más profunda admiración y entusiasmo. A menudo cuando hablo de él con quienes no lo conocen digo “el flaco que me enseñó a tocar guitarra” y aunque en realidad lo mío fue más bien un proceso autoformativo, por años me desarrollé musicalmente observando su ejemplo.

Con el Flaco íbamos a fiestas y tocatas, principalmente a pasarnos. Ésa era la aventura: pasarse en el Manuel Plaza, pasarse en los colegios, pasarse en el histórico concierto de Santana en el Intercomunal. ¿Intentos fallidos? Emerson, Lake & Palmer en el Estadio Chile o Metallica en el Velódromo del Nacional. Una vez nos pasamos en una fiesta en la Usach, con el Pato Dávila también, atravesando un kilómetro de techos. Así fue que vimos a Los Parkinson tocar. Fue mi primer concierto universitario. Al poco tiempo, en el Liceo de Aplicación, vi a la Banda del Pequeño Vicio y a Santiago Rebelde, y en la celebración de los 100 años en la Estación Mapocho, a la Banda del Capitán Corneta. Así me fui haciendo de a poco una idea de lo que era Under.

Como todos los volaos karatecas el Flaco le hacía al Metal: thrash, death, heavy. Le dije que yo encontraba que el thrash era siempre igual y me dijo “estai loco, el thrash es super creativo” y nuevamente se fue, dejándome en la duda. Se me ocurrió entonces ir a una tocata en el Manuel Plaza, enfocado en descubrir las chispas creativas del thrash, y justo me tocó un show alucinante: Sadism, Torturer, Dorso y Criminal. Esas tres horas de concierto me sirvieron para distinguir algunas diferencias sónicas y para entender que en vivo se lee mejor a una banda. La intuición musical del Flaco se saludaba con la mía.

De él heredé algunos hábitos como el ponerle nombre a las guitarras o valorar la creatividad en alguien por sobre otros atributos. Heredé también algunos de sus gustos como Rush, The Police, Jaco Pastorius, Camarón de la Isla o Seru Girán.

Un verano grabamos un cassette en su casa. Era la primera vez que el Flaco tocaba el bajo y la primera mía en una guitarra eléctrica gentileza de Diego Castro, actualmente un destacado guitarrista contemporáneo. Grabamos una idea del flaco y dos mías. Nos creíamos la raja con esos tres pedazos de algo así que bautizamos al proyecto “Wechen Abovo” (We Che: “Gente nueva” en mapudungun/ Ab Ovo: “Desde el huevo” en latín). Aún tengo ese cassette. Una de esas ideas se convertiría después en “Fuga”, mi primera canción.

Hasta entonces yo ni fumaba ni tomaba… pero eso cambió. En mi cumpleaños 15 decidí empezar a fumar coña y durante meses estuve fumando sin volarme. El Flaco les decía a los demás “No le den, está enfermo, no se vuela, fumemos nosotros nomás”. Hasta que una linda mañana del año 92 hice la cimarra y me fui a la casa del Flaco en calle Guemes, esa casa que ya no existe porque se la comió el mall Plaza Egaña. Resulta que donde el Flaco había un rasta que no sé de dónde salió y cuando supo de mi “enfermedad” me dijo “¿Así que no te volai?” y me pasó un pito del porte de un dedo, raro en esos años, y me dijo que me lo fumara solo. Cuento corto: pasé a ser un volao no karateca, más bien un volao musical.

Con el Flaco nos gustaba improvisar. A veces grabábamos esos primeros ejercicios que en aquella época me parecían un tiempo total. Ni primero, ni segundo, ni penúltimo sino un Absoluto Ahora. En un par de años escuché también tal cantidad de música que para cuando el Flaco se fue a vivir a mi casa, en la primavera del 93, tenía una ecléctica colección de cassettes que escuchábamos a todo chancho con el Pantera y a veces con el Denis, que también se habían ido a vivir a mi casa, y con todos los volaos no karatecas de la Villa y sus alrededores.

Esa convivencia duró casi tres meses y fue hermosa y catastrófica. La casa terminó hecha pedazos. Mi familia se repartió por distintas comunas. El jipismo y la creatividad arrasaron con lo que solía ser un hogar tradicional. Yo había vivido ahí desde el año 79 cuando a mis tres años llegué a una Avenida Grecia aún de tierra. El 93 se había instalado junto a la Rotonda un supermercado que modernizaba el sector, apoderándose del lugar que por años había sido el centro de operaciones de circos, juegos mecánicos y camiones areneros. Hoy, una carretera pasa por encima de la Rotonda y por debajo funciona una estación de Metro… y casi todos los volaos, karatecas y musicales, han migrado.

Pero quiero regresar a mi historia con el Flaco…

El 94 partimos tocando unos meses en una banda de covers rockeros llamada “Bajo la Manga” y luego surgió la oportunidad magnífica e inesperada de hacernos cargo de la música de la obra de teatro “Finis Terra” de la Compañía Creciente. La clásica dupla bajo/guitarra exponía por primera vez su trabajo creativo con muy buenos resultados. En ese momento exacto decidí que la música caminaría en mis zapatos para siempre y desde entonces se puede seguir un rastro compositivo en mi obra.

El 95 nos distanciamos. El Flaco estudiaba pedagogía y tocaba en algunas bandas como “Triaca” o “San Peter Blues” que luego pasó a llamarse “Triciclo”, que aún toca de vez en cuando con su segundo e histórico bajista. El jazz fue abrazando al Flaco lentamente, alejándolo de los escenarios y acomodándolo en jams y bandas cuyos ensayos eran en sí mismos ese Absoluto Ahora que satisface una sed especial. Tardé años en comprender que el éxito musical para el Flaco estaba simplemente en esa experiencia comunitaria, que su profesionalismo apuntaba a hacer más grato el resultado sonoro y más autónoma su logística, pero que el clímax no estaba en su representación de algo para otros sino en el torrente espontáneo de la musicalidad colectiva.

Los noventas terminaban entonces con el Flaco tocando en “Racuza” y conmigo estudiando pedagogía y tocando en “Solteronas en Escabeche”.

En la década siguiente tuvimos un par de proyectos grupales. El primero, sin alcanzar siquiera a tener nombre, duró una sola tocata. Debo reconocer que mi alcohólica idea de desnudarme en el escenario de la Universidad Arcis nos jugó en contra. El segundo, “La Atropellada”, tuvo una presentación en un bar de Vitacura y listo. Pero la verdad es que siempre estuvimos conectados y ensayando. Entre los dos teníamos varias canciones. Incluso grabamos una maqueta el 2003, simultáneo a mi disco “OvOnOvO”. La mayoría de las canciones del disco “CHON”, incluyendo “Fuga” por supuesto, estaban arregladas con el bajo del Flaco. La aplastante “El Rostro” con que terminamos casi siempre los conciertos de “Solteronas en Escabeche” tuvo también una primera versión con el Flaco.

A mediados de esa década, el Flaco y la Jose pescaron todo lo que tenían y se fueron a vivir al Valle de Elqui. Ahora, junto a sus cuatro hijos, tienen una tranquila vida en esos paisajes temperados. El Flaco ha entregado su sonorizante corazón a generaciones de estudiantes de un colegio en La Serena y de vez en cuando me encuentro con sus fotos en redes sociales disfrutando de la soledad sola que te permite un cerro y una moto, o de la soledad acompañada que se logra en una caminata.

Mi intención aquí ha sido recordar a mi amigo. Recordar que la decisión de compartir aventuras adolescentes significó abrir caminos con sentidos cada vez más relevantes para la construcción de mi ser artístico, político, humano. Mi amigo siempre detonó cuestionamientos importantes sobre la necesidad de una resistencia creativa, sobre la relación con los vicios o sobre la alegría de compartir con desconocidos sin importar su clase social.

Te recuerdo, Tuto, y quiero que todos los días seas lo más feliz que puedas.


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