Metro versus Chile
Hoy, 11 de septiembre de 2016, conmemoramos con dolor aquel martes en que en Chile el capitalismo del siglo XXI se hizo bala, miles de balas, y entró en la carne de todxs nosotrxs.
Hoy, como alegoría de ese proceso iniciado hace 43 años, asistimos a un nuevo show mediático llamado “Programa ‘Música a un Metro’” que nos habla de nuestra actual cultura nivel usuario.
A simple vista el programa es tan sólo la coordinación, por parte de Metro S.A., de la caótica actividad musical desarrollada en vagones y estaciones de este tren de transporte público y masivo.
Metro S.A. dice “ustedes son niños y están jugando en mi patio” y acomete entonces la misión de reubicar a los niños mejor portados en rinconcitos donde no molestan y de silenciar el resto del barullo. Para esto último, pretende contar con el apoyo de todxs y ha hecho esfuerzos por legitimar su arrebato feudal, convirtiéndolo en un show de talentos:
1º Esfuerzo: consigue un premio consistente en una grabación y edición de un disco, con el sello Universal (Enchúfate, plancha de campo).
En la industria musical internacional hay actualmente tres grandes sellos discográficos llamados “majors”, Universal, Sony y Warner, conglomerados que desde los noventa han ido disminuyendo su trabajo con músicos chilenos llegando en algunos casos a cero, dedicándose principalmente a la importación de productos musicales desde el extranjero. Universal se coronó el 2015 como líder del mercado internacional. Pero actualmente en Chile más del 85% de los discos son autoeditados o editados por sellos nacionales independientes que intentan impulsar el desarrollo de una industria local. Quizás si Metro S.A. se hubiera asociado con La Makinita o CFA o el recientemente desaparecido Sello Azul, por nombrar algunos, el premio parecería algo más consecuente. Pero cayó en la tentación de demostrar que no se andan con chicas, que son peces gordos.
2º Esfuerzo: consigue un jurado de alto nivel simbólico para la música popular (Falacia Ad Verecundiam)
Aunque Carmen Valencia representa los intereses del sello Universal y Claudio Vergara representa los intereses de los grandes medios para los que trabaja, tenemos otros dos jurados que convencen.
A Claudio Narea casi no hay que presentarlo. ExPrisioneros, músico, locutor de radio y uno de los fundadores de ATR (Asociación de Trabajadores del Rock) y de Escuelas de Rock, hoy convertida en la principal institución estatal en las áreas formativa y asociativa de la música popular, se prefigura este hombre como un héroe popular transversal.
Juan Pablo González, en cambio, aporta el peso académico. Aunque más desconocido para la gallada, cuenta con el respaldo de sus años de trabajo investigativo poniendo en valor las manifestaciones populares y su gestión como director de la Escuela de Música de la Universidad Silva Henríquez. Su obra “Pensar la música desde América Latina” y su trabajo en conjunto con Claudio Rolle “Historia social de la música popular en Chile” son algunas de las más significativas muestras de su enfoque y le otorgan la autoridad para asumir la presidencia de este jurado.
¿Alguien puede poner en duda la idoneidad y, por lo tanto, las decisiones de este jurado?
3º Esfuerzo: crea una campaña de votación popular (Falacia Ad Antiquitatem)
Por supuesto hay que asegurar la transparencia del proceso y de paso involucrar a los usuarios. Antiguo recurso cuyo uso no se agota, la votación online es la evolución del animador de festival pidiendo aplausos para que el artista, que se acaba de ir, vuelva al escenario. Al público se le regala la ilusión de que su participación es decisiva y así el aplauso o ahora el voto se vuelve principalmente un dispositivo de validación del proceso.
¿Pueden ver cómo “Música a un Metro” es una alegoría? ¿Cuántos procesos están siendo validados hoy por nuestro voto o nuestro silencio? ¿Pueden ver que aquí hay más que un conflicto laboral, una batalla ideológica? ¿Pueden ver cómo ninguno de estos esfuerzos va en beneficio de los músicos o de los pasajeros?
El Estado sólo dice “ustedes son niños y necesitan un patio, déjenme gestionarlo”. ¿O no es ése el concepto de “acceso a la cultura” o de “derecho a la cultura” que en el futuro Ministerio de las Culturas están queriendo asentar? ¿Acaso el premio “Rodrigo Rojas de Negri” para el fotógrafo Felipe Durán representa un quiebre para ese concepto, para esa aversión a la autonomía cultural, para ese inextinguible deseo de formatear lo que entendemos por cultura?
¿Y qué pasa con SICUCH? El Sindicato de Cantores Urbanos que desde el 2004 dio la pelea al Estado para que finalmente el 2011 se reconociera al artista callejero como trabajador de la cultura, ¿tendrá algo que decir? ¿O alguna otra colectividad? ¿O sólo hay fondas esta semana que viene?
Para mí los únicos que están diciendo algo que valga la pena son justamente los caóticos músicos. Como dijo por ahí Rafael Budu, cuyo delirio musical extiende constantemente los límites del espectáculo en el transporte, “Nunca estuvo autorizado, hay que seguir nomás”.
Creo, al contrario de lo que he escuchado en algunos vagones, que no se trata de que Metro S.A. perfeccione su programa. La empresa y el Estado jamás podrán coordinar esta actividad, sólo formatearla bajo sus criterios que están desvinculados de la satisfacción espontánea de nuestras necesidades espirituales y culturales.
Las personas que se expresan libremente, sin acreditaciones, a través del medio que sea, son bastiones anticapitalistas que nos recuerdan que podemos crear nuestra propia cultura, nuestra propia política cultural y que definitivamente el mundo es un patio de juegos y es nuestro.
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