A propósito de la luz
I
¿Qué esperanzas pone un músico hoy en su obra? ¿De qué esperanzas nos
hablan las músicas que escuchamos actualmente? Estas preguntas son el material
recortable que puede ayudarnos a diagnosticar ampliamente el escenario en el
que se mueve un músico hoy, refiriéndonos a una constelación de actividades con
múltiples propósitos, más que limitándonos a verlo como un sector laboral con
énfasis en las prácticas del mercado.
La inquietud sobre las esperanzas es detonada por el surgimiento semanal
de noticias político-musicales donde se refuerza con ahínco la idea de que la
Industria Creativa es la respuesta a nuestra incapacidad de forjar un espacio
para nuestro propio desarrollo. Por ejemplo, los recientes intentos por
instrumentalizar la búsqueda de identidad (fiesta ciudadana “Santiago es
Carnaval”) y de desmontar el compromiso de los artistas con su entorno
(programa “Música a un metro”), revela a un Estado y a un empresariado, como
otorgadores de “acceso a la cultura”, obstinados en un colonialismo decimonónico,
sintiéndose llamados a “civilizar” a este pueblo “inculto”, regulando sus
expresiones.
A comienzos de los 90`s la “Concertación de Partidos por la Democracia”
tuvo en sus manos un almácigo social en el que había que hacerle un lugar
definido a las políticas culturales de Estado, entendidas como marco
institucional de libertades: se creó la Ley sobre Propiedad Intelectual, la Ley
sobre Premios Nacionales, la Ley sobre el Consejo Nacional de Televisión, la
Ley sobre Fomento del Libro y el FONDEC (Fondo Nacional de la Cultura),
antecesor del actual FONDART. El programa de la Concertación pretendía
sintonizar tres ámbitos de acción: Cultura Comunitaria, Industria Cultural y
Cultura Artística Profesional, tratando de abarcar la cultura en dos de sus
posibles definiciones (tanto expresión creativa de las disciplinas artísticas y
científicas, como orientación valorativa, pauta y modelo de convivencia de la
sociedad). Se habló mucho de que la satisfacción de necesidades culturales,
éticas y estéticas no se debían abordar de igual manera que la satisfacción de
las necesidades materiales. Se dijo que la política cultural de Estado no era
lo mismo que la política cultural de la sociedad. (Seminario sobre Políticas
Culturales. Instituto Chileno de Estudios Humanísticos. Hotel Galerías,
Santiago, Octubre 1992.)
Sobre esto último, ¿hubo algún otro sector con un proyecto político
cultural claro? ¿Lo hay ahora? ¿Dejó la sociedad en manos del Estado su
proyecto de vida? ¿Le entregó en bandeja sus esperanzas? ¿Fue el Estado
inclinándose políticamente hacia el predominio del ámbito “Industria Cultural”
por sobre los otros? ¿Fue el sector privado quien creó el marco institucional
que ahora nos orienta hacia la luz del mercado o fueron los gobiernos
consecutivos de la Concertación? ¿O ambos? ¿Es hoy abordada la cultura como una
necesidad material? ¿Están las esperanzas de los artistas trenzadas con esa
necesidad?
II
Siguiendo el
sutil perfume de aquellos que se nos notifica como músicos exitosos, parece que
todo disenso nuestro asegurará la peor de las catástrofes: la invisibilidad.
¿Qué respalda esta idea de anonimato infernal? La constante promesa de una luz
como respuesta a nuestras esperanzas, hecha por las instituciones, sus agentes
y sus paradigmas:
El cristianismo y su luz (promesa: la vida eterna en un cielo reservado
a los obedientes), la pedagogía y su luz (promesa: la igualdad de oportunidades
para quienes se instruyen adecuadamente), la medicina y su luz (promesa: la
mantención de un cuerpo sano si se sigue el tratamiento), el parlamentarismo y
su luz (promesa: la representatividad política cedida a quienes estarían más
capacitados para velar por nuestros intereses), las redes sociales y su luz
(promesa: la resistencia al olvido de un paquete de recuerdos -siempre accesibles-
que se traduce como simulacro de inmortalidad; la divulgación de una identidad
autoadministrable que se convierte en una versión mejorada de uno mismo), los
medios de comunicación y su luz (promesa: la certificación definitiva de un
sistema de creencias donde lo más visto y popular es entonces lo más verídico,
lo más tangible, lo más soberano), la Industria Creativa y su luz (promesa: la
instalación de determinados estándares que aseguran el desarrollo comercial de
quienes acceden a moldear sus obras según estos estándares).
Sobre esto último, ¿están los discursos musicales; las prácticas
asociativas entre artistas; el interés por la profesionalización como
ejecutantes y como entes laborales; la formación de sus audiencias; la rigidez
del concepto de propiedad intelectual; las prácticas fonográficas, difusoras y
distributivas de las obras, orientados a la estandarización que el mercado
fomenta? ¿Acaso no hay suficiente evidencia de que la desvinculación de los
músicos con su proceso personal de experimentación y reflexión, el alejamiento
de la arena social, la estigmatización de la disidencia, son consecuencias de
un proyecto político que se ha encargado de redirigir todas las esperanzas de
la sociedad hacia el mercado?
III
“Año 90, pleno juego nocturno de un campamento scout, corriendo
desbocado entre arbustos precordilleranos, queriendo atrapar a alguien sin ser
visto. De pronto, uno de los de mi equipo se acerca a hurtadillas y sugiere:
´si apagas la linterna, verás mucho más`… y lo compruebo.”
Que no quede nada sin iluminar, que no quede nada sin recordar, que todo
esté al alcance siempre. Todas las luces, una gran luz que ciega, una gran
promesa igualitaria que difumina las diferencias, los contornos. Las esperanzas
no son más que polillas. Y fuera de esta luz, ¿qué hay?
(Hay otra luz en las sombras).
(Hay matices aquí, búsquedas, asombros, gónadas amorales. No todo es
imagen ni puede ser leído en un lenguaje común a todos. No se trata de una
penumbra, de una baja vibración. La gran luz ensombrece lo que está fuera de su
rango, provoca la invisibilidad de quienes buscan por sí mismos realizar sus
esperanzas. Si pudieras apagarla, verías un paisaje mayor, pero al parecer es
imposible en estos momentos. Por ahora bien puedes educar el ojo, nutrir tu
propia luz, sólo si quieres).
IV
Toda promesa de
luz es falaz.
V
La
visibilización de esto y de esto otro, objetivo recurrente en cada proyecto. En
la cultura de la sobreexposición de imágenes, la ansiedad por visibilizar a las
personas, los mensajes, las obras, los procesos, ha conseguido enfermarnos y
llenarnos de velocidades hambrientas. Se rehuye el contacto visual con otros
(excepto los profesionales del contacto visual: políticos, vendedores, actores,
profesores, etc.) aunque paradójicamente queramos (y podamos) verlo todo, tener
acceso libre a la pornografía absoluta. Nos miramos sin vernos, nos oímos sin
escucharnos, sonamos sin decir. Todo avanza en perfecto orden hacia el spot, el
jingle, el tweet (curiosamente anglicismos). Hay poco tiempo y demasiada
información. Desarrollamos entonces una aversión a complejizar, a arborizar el
conocimiento, a desglosar por cuenta propia las partes de un todo. Se necesita
inmediatez en el sonido, la imagen, el texto, la palabra dicha, la acción. Unos
pocos segundos deben contener todo, sin partes, sin rizomas, sin relecturas.
Las últimas grandes luchas colectivas de los músicos de este país han
sido la “Ley del 20% de música chilena en las radios” y el proyecto “Ley del
Telonero”. Luchas por visibilidad. Esperanzas laborales que se concretarían
sólo en esa gran luz, la única capaz de mostrar nuestro esplendoroso perfil. El
encandilamiento político entonces es severo. La estructura que otorga
visibilidad tiene entrada liberada a todos los conciertos. La crítica social de
los músicos no logra conformar una política, se canta y trabaja desde un
auténtico malestar pero se aspira también a la gran luz que contrarresta todo
lo realizado. La música pierde profundidad. Cada vez vivimos más rápido y se
acorta la distancia hacia el horizonte. En los 90`s el paradigma de la
visibilidad no estaba instalado, se respetaba un compromiso esencial,
culturalmente ser “poser” era mal visto. Hoy la máxima autoridad cultural, el
ministro, es a todas luces un poser.
Cabría preguntarse si hoy habrá músicos dispuestos a aceptar pésimas
condiciones laborales impuestas por contrato, la censura y la insistente
promoción de que un músico es una guirnalda, un artista cuyo valor radica en su
capacidad de interpretar música de fácil escucha. Metro sabe que así será. Sabe
que los músicos son como polillas.
Cabría preguntarse si hoy habrá músicos que acepten poner la
credibilidad de su nombre y de su obra (que ha sido ganada con años de
esfuerzos colectivos y de trabajo independiente, y que ha sido inspirador para
muchos artistas invisibles) al servicio de un proyecto de gobierno que,
disfrazado de impulso a un proceso identitario popular, busca maquillar el
rostro de una coalición política abatida por múltiples casos delictuales,
inoperancia administrativa y crisis valórica (crisis generalizada en toda la
clase política). "Santiago es Mío" sabe que así será.
VI
La esperanza debería movilizar energías que el humano pudiera proveer
por si mismo. No la lumínica, sino la kinética. El movimiento que uno mismo
genera produce la suficiente energía como para independizarnos del paradigma de
una sociedad de consumo, para establecer nuestras propias políticas culturales
según los valores con los que queremos construir y desarrollarnos. Si bien cada
uno posee lo que llamamos “luz interior”, la hegemonía de la gran luz que nos
suministran las instituciones suele eclipsar los relatos de nuestro espíritu e
instala irremediablemente el apego a la visibilización.
Por ejemplo, la organización que se proclama representante de todos los
músicos chilenos (SCD) sustenta dicha representatividad en su rol neutral como
regulador del intercambio económico basado en el valor moral de todas las
autorías, pero en su estructura interna y en el paradigma que promueve, se
percibe claramente el fomento de las autorías más visibles en perjuicio del
resto. Por lo demás, su ceremonia anual de premiación no es otra cosa más que
un nudo de luces con el que se pretende atar -a la mayor cantidad de ámbitos
musicales- a la estandarizada relación artista/público, en una competencia por
visibilidad.
Hay que producir nuestra propia energía. Tenemos que movernos fuera del
gran foco. Partir por validar las diferencias culturales reales con ese
paradigma. Plantear las diferencias desde dentro sólo valida la
estandarización, difumina los contornos y alimenta el mito de que todos caben
en la luz. Hay que asumir que la visibilidad, como gran objetivo, termina
cegándonos.
Hay otra luz en las sombras...
Hay otra luz en las sombras...
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