CONTRA LOS FANS (Discurso imaginario al recibir algún Premio Pulsar)
Antes que todo quiero manifestar mi sorpresa al obtener este adorno,
sin ser yo miembro de la SCD, de hecho siendo abiertamente opositor a ella, por
la sencilla razón de que considero mi obra musical y poética como parte de
todas las demás obras y la autoría como un ejercicio cordillera donde cada
pliegue es un humano diciendo “éste es mi espacio y mi tiempo”, sin ser ni el
principio ni el final de esta larga conversación que llamamos Historia. Por
ende, tengo serios problemas para comprender lo pecuniario tras este ejercicio
ya que, para mí, la creación es sostener una conversación con los vivos y con
los difuntos, por una necesidad vital, transparente y misteriosa a la vez, y toda
búsqueda de institucionalizar este diálogo –en este caso, mediante la
regulación de su economicidad- no es más que otra forma adoptada por el poder
para aumentar la brecha entre su cultura autoral oficial y las disidencias.
Dicho esto, espero que me dejen continuar y contarles mi opinión
sobre quien verdaderamente sostiene todo este ecosistema: el fanático (fan,
dicho a la shilean way) y sinceramente espero que entiendan que no busco
satanizar sino plantear una óptica más acorde con una voluntad de transformación
social a través de la música.
Para que toda industria prospere, la relación entre producción y
consumo, entre oferta y demanda, debe inclinar siempre la balanza hacia la
satisfacción de necesidades ya existentes que permita la generación de nuevas necesidades
y así asegurar una sólida rentabilidad a mediano y largo plazo. Es así como la
industria musical fundamenta su economía en la figura del fan, en su
precariedad, en su tragedia.
Desde un comienzo –a mediados del siglo XX- el fan ha sido un
seguidor, alguien dispuesto a comprar los artilugios que se le ponen por
delante mientras se le permite seguir avanzando en el camino junto a sus
ídolos, sujetos que, independiente de su mucha o poca musicalidad, cultivan la
performance de proveernos de cierto aura de exclusividad y pertenencia,
cualidades que con el tiempo se nos han revelado como la principal carencia por
medio de la cual se puede llegar al corazón/bolsillo de un fan.
Se pueden vender músicas de muchas formas y colores pues hay tantos
tipos de fan como tipos humanos. Todos somos responsables de crear falsos
altares. En el fondo todos somos fanáticos de alguna música, en el sentido de
que nos entregamos a un apego incuestionable a melodías y armonías siempre
asociadas a recuerdos, a fantasmas, a interacciones sociales pretéritas.
Pareciera que nuestro pasado y nuestra música favorita se pertenecieran
mutuamente, pero esa relación puede ser natural, sin altares, sin arribas ni
abajos, sin la lógica industrial del “ídolo-fan” que convierte la admiración
por un trabajo artístico en dinámica de consumo.
Buscamos en la música encontrarnos con los demás. Su carácter
gregario atraviesa toda época y rincón. Por eso es que todo tejido social no
sólo ha estado históricamente acompañado de su propia música sino que está
fun-da-men-ta-do en los múltiples discursos -explícitos e implícitos- que su
música pone en circulación y que nutren a la gran culebra, el gran co-relato de
la existencia humana. El simple acto de tomar conciencia de esta conducta
nuestra nos libera de la relación “ídolo-fan”, que es más bien un monólogo, y
nos conduce a un nuevo plano espectatorial donde las artes musicales dialogan
con el resto de la sociedad sin ese halo de superioridad y fama que empaña los
ojos de espectadores y espectados.
Como la toma de conciencia es personal, un artista es incapaz de influenciar
en los procesos de otras personas, salvo lavando su condición de artista,
tomando conciencia de su propia vulnerabilidad y luego trabajando su obra
despojada ya de la espectacularidad creadora de fans. Así, estaría politizando
con el ejemplo, incentivando a otros a tomar también un camino propio lleno de
desafíos, quizás en apariencia a menor escala, pero mejor conectados con los
desafíos de una comunidad ávida de transformaciones.
Felicito a todas las mujeres y hombres que han sido aquí nominados
pues sé que cada uno ha hecho enormes esfuerzos por darle cuerpo a sus ideas y
sé que muchos son conscientes ya de esto y caminan en pro de un compromiso
social. Sin embargo, aunque siempre agradezco el reconocimiento empático a mi
trabajo, me veo éticamente obligado a rechazar este premio, ya que considero
que ésta y todas las instancias propuestas por la industria –y en especial la
SCD- tienden a fomentar la idolatría y el consumo pasivo, homogeneizando la
manera de relacionarnos y empujando a muchos músicos a perder el tiempo frente
al espejo, observando tan sólo la cáscara de sus capacidades mientras esperan
los resultados de la votación de los fans.
Gracias.
(Vase rápidamente por un
costado del escenario. Cae el telón. No hay aplausos.)
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